7.2.15

JUAN EN LA NORIA

Camarada Chasc:

     A menudo me he sentido sehnsuchtizado y, no sé qué decir; en esos momentos todo sonaba a alemán y ya sabes que yo de alemán no tengo ni idea. Supongo que toda esa nostalgia por un futuro soñado no es más que la despistada consciencia de un presente mal tejido. No sé si me explico. Si somos hacedores de nuestro propio presente con vistas a un futuro más o menos utópico, sufrimos de sehnsucht cuando, sin saber cómo ni por qué, nos damos cuenta de que no estamos haciendo con nuestra vida lo que nuestro corazón nos dicta. Hace un buen tiempo escribí un pequeño cuento de un tipo llamado Juan:

          Juan hizo una pequeña maleta de viaje dentro de su cabeza, apenas era un hatillo con unas cuantas mudas limpias y tres    pares de calcetines y aquel recuerdo pequeño que no pesaba nada. Abrió la escotilla que está justo en la cocorota (que sólo se puede     abrir desde dentro) y trepó por ella con relativo esfuerzo para coronar   su coronilla con tal impulso, que levitó un buen rato sobre el remolino      para irse a posar de puntillas en la punta del pelo más alto, donde      rebotó como si fuera un trampolín y subió y subió y llegó a donde      todo queda lejos.

          El Grande Juan siguió haciendo lo que de costumbre: compraba      el pan en la panadería, calentaba agua para los espaguetis, bebía      cerveza en la travesía del patín y todos los etcéteras que pueden      ocurrirle a uno un día cualquiera. Pero el Grande Juan se aburría ya   de todo aquello y por eso se le olvidaban las cosas.
          Juan siguió subiendo y subiendo y viendo su vida subir sin vivir     sintió miedo. Agarró las esquinas de su chaqueta para extenderla      como las alas de un murciélago y así se detuvo cerca de la región de    las aurículas y los ventrículos. Sístole: ¿Dónde está ella, la pieza que   encaje con Juan? Diástole: Juan es uno en varios idiomas, además,     seguro que ella está por ahí cerca, en la Tierra.
          El Grande Juan se sienta en el retrete un par de veces al día y    lee las noticias deportivas, algo le hace cosquillas por detrás de las orejas y es que el Grande Juan sabe que debería estar haciendo lo      que le gusta.
          Juan salió disparado en otra dirección y en un parpadeo se      asomó por la pupila. ¡Ay, Grande Juan! —se lamentó— ¡Si es que no      te puedo dejar solo ni un momento!

     Con respecto a tu sentencia de “Porque cumplir sueños no es ningún juego” no puedo evitar disentir. Me inspiro en una interesante definición de juego que dejó Cortázar: “Porque un juego, bien mirado, ¿no es un proceso que parte de una descolocación para llegar a una colocación, a un emplazamiento —gol, jaque mate, piedra libre? ¿No es el cumplimiento de una ceremonia que marcha hacia la fijación final que la corona?”. Básicamente, lo que quiero decir con esto, es que prácticamente cualquier cosa podría ser considerada como un juego, ya sabes, hacer algo con el fin de, o no hacer nada para nada; todo es un juego. Esto es un punto importante en la filosofía del joroschó, ese libro que escribirá Mr. Testa en cuanto le salga una larga barba blanca y arrugas y hongos en torno a sus ojos. Y es que, ya que estamos aquí, procuremos divertirnos, ¿no?

     Ya me conoces, Chasc, a mí me gusta escurrir el bulto. Esta vez, y a modo de despedida, pues hoy me encuentro algo distraído, te dejo dos textos que espero disfrutes. Algo de la sabiduría prestada de Ángel Zapata y Anthony Burgess.

          “la adolescencia es ese prólogo en estado de duermevela que hay que ponerle a la vida adulta, esa incesante adivinación de sí, hambrienta de visiones, de corroboraciones, y de nuevos indicios. Luego se tarda en entender, si alguna vez se entiende, que la vida se escurre como una luz cansada en esta misma sucesión de bocetos y prólogos, en esta miopía de estar poniendo a cada poco ojos de hucha, de estar contorneando con la mirada esa figura intacta de uno mismo que sólo existe a días, a retales, a trozos, de querer ver lo que no puede verse. Porque el adolescente es la verdad insospechada del adulto”.

     “(…) Y sentí un bolche1 agujero dentro de mi ploto2, que me sorprendió incluso a mí. Comprendí lo que estaba sucediendo, oh hermanos míos. Estaba creciendo.     Sí sí sí, eso era. La juventud tiene que pasar, ah, sí. Pero en cierto modo ser joven es como ser un animal. No, no es tanto ser un animal sino uno de esos muñecos malencos3 que venden en las calles, pequeños chelovecos4 de hojalata con un resorte dentro y una llave para darles cuerda fuera, y les das cuerda grrr grrr grrr y ellos itean5 como si caminaran, oh hermanos míos. Pero itean en línea recta y tropiezan contra las cosas bang bang y no pueden evitar hacer lo que hacen. Ser joven es como ser una de esas máquinas”.
1bolche: grande
2ploto: cuerpo
3malenco: pequeño, poco
4cheloveco: individuo
5itear: ir, caminar, ocurrir



5.2.15

SEHNSUCHT

Querido A. Testa (o quién seas cuando me leas):
  
     Perdona la tardanza en la respuesta. Estos días he estado muy desocupado. En primer lugar, quiero aclararte algo. Un pesimista nunca se rehabilita. Siempre está ahí. Sigo vivo sólo que callado. También he de decirte que en realidad soy un nostálgico y la nostalgia se asocia normalmente al pesimismo. Supongo que será por aquello de ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’. Que puede ser verdad, no digo que no, pero una vez leí (y siempre pensé que iba dirigido a mí) que ‘el futuro puede verse negro pero no dejan de ser páginas en blanco’ y al final a uno le convencen de que lo mejor está por venir. Y ya que me hablas del Übermensh de Nietzsche; permíteme mencionarte otro término alemán que una vez encontré buceando por la Red: Sehnsucht. Esto sería, en resumidas cuentas, una nostalgia hacia el futuro (y no hacia al pasado); una búsqueda del corazón del ser humano hacia algo que no sabe que es. Es un término muy interesante que te invito a conocer más a fondo si es que aún no lo conoces.
                
     En cuanto a la cuestión que me planteas respecto a niños y adultos te comento que es una cuestión interesante y compleja de responder que me ha tenido varios días dándole vueltas al coco. Podría tirar de citas para responderte pero sería escurrir el bulto y esto no se trata de eso. Al final, la conclusión que extraje fue que depende de quién cumple los sueños. A un niño, por su falta de independencia respecto a tantas cosas, le cumplen los sueños. No dependen de él que sus anhelos se cumplan o no. Sin embargo, un adulto no. Un adulto cumple sus sueños. Se fija sus objetivos y trabaja (o no) para cumplirlos. En ese momento, en el momento en el cuál tus sueños los cumples tú (aunque sea ayudado por otros) y no los cumplen por ti; en ese momento dejas de ser un niño y te conviertes en adulto. Porque cumplir sueños no es ningún juego.
                
     Respecto a las otras cuestiones; no podría decirte que parte del niño se desvanece ni qué porcentaje debemos mantener. Lo que sí puedo decirte son aquellas particularidades de niños que no podemos perder de adultos. Me refiero, principalmente, a dos aspectos: por un lado, a esas ganas terribles que tienen los niños en buscar el porqué de las cosas que provoca ese asombro continuo en el tiempo; todo es nuevo, todo es increíble. Y, por otro lado, a mantener un poco la irracionalidad en los actos (desde el punto de vista positivo de la irracionalidad). En este último punto, para dejarlo más claro, me remito a Luke Rhinehart cuando escribió que:

“De niños se acepta con la misma facilidad ser buenos o malos, americanos o comunistas. Y sin embargo, a medida que la cultura va moldeándonos, acabamos insistiendo [cuando somos adultos] en desempeñar un solo tipo de papel: o bueno o malo”.
                
     Cambiando ya de tema, te cuento algo muy curioso que me pasó el otro día. Verás, me monté en un autobús urbano y cuando alcé la vista me di cuenta de que no conocía a nadie; de que no había visto a toda esa gente en mi vida. Nunca me había pasado. Me sentí como si estuviera, no sé, en Bagdad. Y aquella extraña sensación me llevo a pensar en la cantidad de vidas y de historias que viajan en un autobús urbano. En serio. Piénsalo por un momento. ¿Cuántas historias van montadas en un autobús (o en cualquier otro transporte colectivo) y cuántas de esas historias estarán interrelacionadas entre ellas tejiendo una complejísima red de historias de vida? Y, tras eso, me puse a pensar también en la cantidad de vidas y de historias que esconden cada una de las luces que se ven en la ciudad cuando el sol ya hace un tiempo que se ha ido. Todas esas ventanas que vemos iluminadas en la noche esconden cosas que seguramente nunca sabremos pero que, y no sé si a ti te pasa, me atrae de una manera casi adictiva; el hecho de contar historias de vida de gente como tú y como yo. Somos tantos, tan diferentes. Es apasionante. ¿No crees?
                
     En fin, te despido dejándote esta pequeña reflexión y esperando que en tu próxima misiva me cuentes también un poco que piensas tú sobre el paso de niño a adulto. Es un tema interesante, cuánto menos. Espero, también, que no te aburra el giro continuo de esta noria que es la vida y que disfrutes de la subida y de la bajada, a partes iguales. Y si, que suene la música. Alguien dijo que “cantad, siempre cantad, porque la muerte es el silencio”.
                                                                             

                        
                     

5 de febrero de 2015, Buenos Aires