11.8.17

CODO.


Me he cruzado con mi camino; me ha dicho que ya no sabe por dónde llevarme”
—Juan A. Morgado



Fui al bar a emborracharme y me dejé olvidado en el guardarropa, con chaqueta y todo, en pleno agosto. Amanecí un día siguiente, eso creo, buscando el retrete. “Nunca se está muerto del todo”, mencionaron mis calcetines; y yo me quedé tal que así, petriparado, como el que no sabe qué contestar, mientras palpa las paredes esperando encontrar el interruptor de la luz. “Yo sólo quiero volver a casa por el camino más rápido e indoloro”, recuerdo haber respondido. Y después fue cuando perdí la mochila y me olvidé de todo y gorriones en los árboles y golondrinas en los cables, y una cigüeña muerta junto a la torre de alta tensión que no había matado yo (estaba muerta de verdad, y en descomposición), y se me cerraron los ojos como al que sueña que está dormido, todo esto vagando paralelo a los raíles, y me transversé casi sin querer y caí caí caí al borde de la vereda con las rodillas de cuando era chico y el cerebelo de otro en la sesera. Pero tú lo sabes, nosotros siempre fuimos de reírnos del que se cae porque conocemos el sabor del asfalto en las encías y en los dientes y también el de las aceras.

De todas formas, yo siempre pensé que eso de que nos caemos para levantarnos es una charada; y que, lo que ocurre en realidad, es que el vacío practica un desplazamiento de fuga a la periferia —esto es, para nosotros, hacia arriba— y nos encontramos obstaculizando su libre flujo, liberto y desfigurado. Después de todo, que sólo haya cuatro puntos cardinales es tan arbitrario como que haya nada más que dos, como podría sugerirse en Chile, o que, por ejemplo, tomemos por referencia los diecisiete (diecisiete!) puntos cardinales de la ya desaparecida y angosta protocultura quenoica, ¿o por qué no las líneas cardinales, los polígonos, o incluso, ya puestos, los paralelepípedos cardinales? Pues porque todo se rige por la ley, maldita ley, de la utilidad. Ahora toca, en definitiva, negar las raíces y polinizarnos desaforadamente; pues cada cual es particular, como obras de arte cualesquiera (y ya sabemos que una obra de tal nunca está terminada, que hay que seguir puliendo los detalles, hasta acabar por destrozarla, entonces sí), y que no hay mayor ambición que ser uno mismo, y que, por lo tanto, sigo mi camino, el cual, por cierto, por lo pronto se me antoja no más que un punto. (punto). Y que no creo en utopías que digan durar más de unos instantes.

¿Adónde irás, pobre loco, con esa garganta partida y esos labios sin besar? Si no queda ya humo alguno que barra tus vientos, ni arena que se lleve las olas de tu mar.

Pero nosotros siempre fuimos de conformarnos con el empate, ¿verdad? Quizá apretar en el añadido, forzar un saque de esquina y, cuando de verdad importa, sacar al arquero a rematar. Pero no me hables de resultados porque se me colma de incógnitas el yo-miasma

¿Qué quieres que te diga? Siempre será así. No hay ningún puzle que armar, ni respuestas a nadadenada. No hagas lo que quieras, haz lo que sientas. Conocí conocí a un quídam tácito y semicurado que tenía el superpoder idiota de estornudar en el idioma que se le antojara a propia voluntad, y me confesó que, después de una temporada manteniendo la paz en el mundo, se dio cuenta de que lo que de verdad quería ser de mayor, era ser adulto; y por sus cojones que se sacó el grado superior o la diplomatura o las oposiciones o lo que fuera que haya que sacarse para ser adulto, y se hizo adulto con todas las de la ley y con la letra pequeña y todo. A lo que voy es que la única pieza que hay es uno mismo. Y que no hay más piezas ni cabezas que se rompen. De hecho, no hay ninguna pieza, y cada cual es como una suerte de epifenómeno de todo lo que hay alrededor y viceversa, y también dentro, y viceversa, y viceversa.

De todas formas, me gusta tu reflexión.

Pero hablando de hacerte hijos, ¿el amor se aloja en el vientre o en el culo?


Yo no lo sé, pero pienso que tal vez esté en el pellejo del codo.

5.8.17

FLOAT UP


"Deambular para flotar mejor" José Villalonga

He estado paseando por algunos de los caminos que transité y que yo mismo construí y me sentí perdido. Todo me sonaba pero a nada pertenecía. Viajar al futuro de tu pasado es ir a un museo de tu nostalgia. Hay pasados cercanos por los que apenas ha pasado el tiempo pero en tu viaje de visita a tus (de)construcciones descubres, durante el trayecto, que todo ahora es distinto, que hay parte de aquello que erigiste ayer en tus obras de hoy; que somos un conjunto de pasos maldados deprisa y corriendo; una suma de casualidades imposibles, un acierto fruto de una suma de pequeños y periódicos errores que cometemos en diferentes escenarios, con diferentes actores. Pero que cometemos igualmente. Y los seguiremos cometiendo. Porque lo fácil es ir por el camino despejado. Pero nosotros siempre fuimos de ir por el río antes que por la carretera.

Se nos despejaron de nubes y nos lo invadieron los pájaros. Es lo que tiene abrir nuestros cielos. Ahora toca hacerse árbol, asumir que en un espacio tan grande siempre habrá pájaros volando aunque simplemente estén de paso. Cómo nosotros. Ahora toca aguantar las cosquillas que producen las patas de los colibríes, estos pájaros que hacen mucho ruido pero que, por fortuna, se van rápido. Ahora toca soportar el peso de los albatros cuya envergadura puede frenarnos en nuestros vuelos pero nunca debe detenerlos. Ahora toca, en definitiva, aceptar las raíces que salieron en los cuatro puntos cardinales del corazón y dejarnos crecer al ritmo del viento de las utopías.

Con el discurrir de los fracasos he dejado que los pájaros tomen aposento en la cornisa de mi felicidad bajo la única condición de que, ya que no cantan, tampoco pueden piar. Hemos ganado los dos. Ellos y yo. Ellos porque tienen una trinchera donde esconderse. Yo porque tengo un lugar donde comenzar la guerra. Ahora tengo el valor de mirarme al espejo y observando fijamente las ojeras me sonrío del barro que porto en las cicatrices de la piel. Nosotros, que crecimos a base de nadar contra las olas en una marejada. Nosotros, que maduramos a base de autodesengaños frutos de una interpretación míope de nuestra realidad. Nosotros, que luchamos por lo nuestro con la rebeldía cosmopolita y urbanita que llevamos tatuada en nuestras uñas como una tara del que nació en el lado cómodo y decidió seguir jugando, siempre con un lema claro: nos conformamos con lo justo de lo bueno y nada de lo malo. Nosotros, que avanzamos a base de tirar dados sin cincos que nos impedían sacar ficha propia en esta partida llamada vida. Y míranos ahora, que nos abrieron las puertas y nos acomodamos en nuestro castillo. Míranos ahora, con esta barba de tres siglos y esta piel tostada de tanto ir al sol a quemarnos. Míranos ahora, capaces de hacer funambulismo con los ojos cerrados sobre hilo de coser. Míranos ahora, que nos hacemos mayores a ritmo de guitarra con armónica, de cervezas y risas, de gotas de río que sobreviven a la desembocadura y se acostumbran a vivir a mar abierto. Míranos ahora, que conseguimos aquello que implícitamente firmamos mediante comunicación no verbal una de esas noches de verano en el pueblo bajo reflexiones y otras consideraciones menores: no hemos cambiado el mundo pero él tampoco a nosotros. Y nosotros siempre fuimos de conformarnos con el empate.

¿Qué quieres que te diga? Siempre será así. Cuando ya has conseguido dejar el rompecabezas listo, después de una tarea lejana y constante en el tiempo, y a falta de colocar la única y última pieza que da sentido a todo el caos ordenado que es el puzzle de tu confort vital, descubres que esa pieza aparecerá en el momento que menos te lo esperes y que seguramente no tenga la forma que encaja en el único hueco libre; dejando así el rompecabezas sin resolver y empezando uno nuevo cuya resolución se demorara por un largo tiempo en el que sentirás la adrenalina del que hace malabares con granadas. ¿Por qué cambiamos todo el rompecabezas por una sola pieza? Porque el rompecabezas solo tendrá sentido cuando esa pieza encaje.



Hablando de acertijos, ¿en qué ventrículo se aloja el amor?

31.7.17

MATAR A UN RUISEÑOR.



hoy maté a un pájaro. se posó en mi ventana con delicadeza y lo liquidé de un disparo. mato pájaros cuando me salen raíces de la cabeza y se me enredan en las pestañas; entonces lo veo todo como pasado por un papel de lija y me da por matar pájaros. mato toda clase de pájaros y no me importa si me piden por favor que no les haga daño; yo los mato. los mato como se mata a un pájaro: sin avisar. mato pájaros hasta con las persianas echadas, incluso mientas devoro un sándwich de pavo. maté un pájaro el mismo día en que nací, apretándole el pescuezo, y desde entonces es lo que hago: matar pájaros. a otros les da por el golf, yo mato pájaros. algunas veces, sin embargo, me tomo unas vacaciones y me cebo con los insectos, pero, en general, me gusta que el cadáver al menos haya tenido plumas y me aburro rápido de aniquilar hormigas. lo suyo es matar pájaros. el otro día estaba en la cola del estanco y se me coló una señora que ni siquiera fumaba! aquel día acabé con diecisiete pájaros, diecisiete, y ninguno fue paloma. apenas unos días más tarde, esa misma semana, mi novia me la pegó con un estudiante de turismo (!), y tuve que desfogarme con todo un cardumen de golondrinas para no acabar destrozando mi propio cráneo contra el espejo del retrete. y es que yo o mato un pájaro, o más vale que me disparen en el pecho, por lo que pueda pasar. fíjate si soy matapájaros, que los huevos del desayuno los tiro a la freidora con la gallina alrededor y todo. imagínate hasta que punto soy matapájaros, que un día se me olvidó matar un pájaro y me levanté a la mañana siguiente sin cejas y con las uñas de los pies todas llenas de pelo. si no mato un pájaro me ahogo, me chafo, me desheredo. ponme un pájaro y lo reviento. dame un pingüino y lo lanzaré por los aires con un bate o una palanca. ponme en su lugar un pelícano bien hermoso, y le embutiré un saco de calcetines por el gaznate para que se le atragante. a los flamencos les hago un nudo y ese avestruz me lo cargo de un hachazo. halcones, cuervos, cernícalos y gavilanes: reducidos a cenizas y a olor a napalm por la mañana. las águilas, los buitres y los milanos, lo mismo, y a las cigüeñas de un tortazo. guardo un dron del ejército para ese kiwi de las antípodas y, para el resto de aves de corral, todo un barril de estramonio para mezclar con el alpiste. el semicanario de po se lo dejo al cinocéfalo, pero me quedo con los gorriones y las urracas, y, por supuesto, me reservo las lechuzas para cuando ya no quede nada más. más vale pájaro muerto que cualquier otra cosa. lo único que me gusta más que matar pájaros, es rematarlos en el suelo. no son tan elegantes cuando se estrellan formando un cráter y las alas adoptan ángulos obtusos y sus cráneos se parten contra las rocas y dejan ver entre sus grietas los palpitantes lóbulos de un cerebro que trata de comprender lo que está pasando, todo esto entre espasmos y contracciones terribles. entonces llego yo, y remato al pájaro. y así es como consigo dormir tranquilo por las noches. mata el cuerpo y adiós cabeza. pues lo mismo pasa con los pájaros. recuerdas aquella película de hitchcock, de sir alfred joseph, del viejo al? pues me quedé loco cuando se descubre que anthony perkins es su propia madre, y de ahí me viene la manía de ducharme sin la cortina dejando el baño completamente anegado. Que te de juego me dices; pues a mí ponme unos nuggets de pollo.