25.11.15

OASIS

A veces nos paramos a pensar, sin darnos cuenta de que como mejor se piensa es, de hecho, caminando. Y está bien, sí, estirar las piernas y desatorar las articulaciones, despejar la mente, cambiar de entorno, de contorno, ya sabes, no sé si me explico.

También pienso que está sobrevalorado todo aquello de pensar, cuando tenemos mate que cebar, pinzas para tender y ventanas para asomarnos. Como si fuéramos a solucionar algo sólo pensando. Las tortugas son felices con que apenas salga el sol y míranos a nosotros, nadando con el hocico aplastado contra el cristal y con la cara empapada del que no sabe nadar.

Lo espinoso, al fin y al cabo, es marcharse. Yo aún recuerdo cuando empaqué todos mis amuletos y, bueno, en fin, que hoy me bebo una cerveza a tu salud y que acá o acullá da igual, no vamos solos aunque no nos veamos.

Camina, camina y no busques caminos. Que sean ellos los que persigan, desalentados, el redoble de tus pasos. Que sean ellos los que se entrelacen a través de ti, los que se confundan, los que se pierdan por tus veredas.  

En verdad, Chasc, tú eres un oasis. Estoy encontrado de conocerte.  




31.10.15

CAMINAR


¿Qué hay de lo de siempre querido? ¿Cómo te trata la vida? ¿Cómo le tratas tú a ella? Te pido disculpas por la tardanza. Estuve ocupado entre viajes, sustancias y acertijos. Recién terminé de leer On the road, de Kerouac. Lo leí entre Argentina, Chile y Uruguay. Un pequeño homenaje al libro. Un libro que te atrapa y te invita en cada capítulo a salir y tomar el primer coche dirección al carajo. Sabes, en muchas ocasiones, durante la lectura, pensaba que tú eras Sal y que me contabas tú la historia. Era muy loco. Y hermoso.

La última carta que me mandaste me dejó pensando en dos cosas. La primera es que si al final saliste a dar una vuelta con aquella bicicleta. La segunda, me dejó analizando mi pieza y me di cuenta que no conocía mi (des)orden. Cada día descubro algo nuevo en mi pequeño cuarto. Es un juego muy divertido. Sobre todo a la noche, cuando cae la niebla y todo se ve diferente.

Di un vistazo rápido a mi cuarto y vi un búho saliendo de una lámpara que no se ve. A su lado, esta el AS de picas con gesto serio. Llevan varios días ahí vigilándome. No consigo comunicarme con ellos ni llego a entender si de verdad el búho sale de una lámpara o a dónde lleva la nube de humo en la que está apoyado y que se pierde donde la pared y el techo se unen.

Hay también un extraño ser que de día es transparente y de noche es amarillo. Aunque no siempre. Parece que hace poco estuvo por tierras orientales pues lleva en la cabeza un típico sombrero asiático de color negro y que desde que lo conocí nunca se lo ha quitado.

Hay más cosas en mi cuarto mágicas. Como la ventana. Por ella a veces me asomo y siento que vuelo y las luces borrosas del horizonte cada vez se ven más cerca pero los obstáculos que están cerca cada vez parecen más lejos. Pienso que la ventana invierte las distancias y es también una divertida forma de pasar el rato. Hay un momento, a veces, en el que ambas cosas, cerca y lejos, están a la misma distancia y me da por creer que soy un personaje en 2D por el que no pasa el tiempo.

Por lo demás, todo en orden. Llegué a un sendero con aproximadamente un millón de bifurcaciones y no se veía el fin pero acepté el reto y escogí al azar uno que tenía en sus costados signos de interrogación dibujados. Miles de ellos. No sé dónde voy. Sólo sé que lo pasó muy bien. Ya te contaré. Pero ya te digo que aprendí que todo es caminar.


Salud. Y cerveza

16.10.15

CALABAZA.

Tengo una bicicleta con una rueda rota en la esquina de mi pieza, junto al perchero y el armario. Es un armatoste naranja caramelo con las llantas de mostaza y se anuncia como la Calabaza de Orión, todo un escándalo.

Desde luego no es de mi talla, se ve como un juguete. Y si no fuera por la rueda y mi avería ahora mismo estaría pedaleando y no andando pedo y en calcetines, che, dónde hemos llegado.

La razón por la que te escribo esto es porque me he fijado en que me gusta que esté así, rota y bien rota. Y pensé que era importante que lo supieras.

Creo que la Calabaza de Orión tiene, al menos, tres marchas. Pero ya sabes que yo de eso no sé apenas y cojo el piñón de en medio y con las mismas subo o bajo a donde sea. Son cosas nuestras, no nos importa mucho.

De todas formas no sé si llegaré a llevarla al taller, porque antes tengo que comprar un acuario nuevo y mayor para la tortuga y también trasplantar esa rama que encontré, todo crece y, sabiéndome, va para rato.

Pero me paro a pensar y, espera, volvemos a la vieja ruda y pendeja rueda que encima está rota y que se ríe bajo el polvo del neumático dislocado. La veo por el rabillo y se me eriza la nuca y me molesta su sonrisa torcida y sus radios oxidados. Me asquea ese gesto encorvado con las pastillas de freno fruncidas y ese mirar de manillar por encima de la horquilla. ¡Vaya un velocípedo!

¿Cómo iba yo a cabalgar semejante rocín, tal artefacto? ¿Acaso no se ha convertido ya en un mero cartabón con sendos círculos en el bodegón que es mi pieza? ¿Y en qué me quedo yo, entonces, tornado simple pincel con cerdas por cabello y un herrete en el pescuezo?

¿Cómo iba a cabalgar siquiera, con este cuerpo que es de palo, tronco muerto, barnizado? ¿Cómo…? 

¡Cómo!

Como comprenderás, todo este asunto quizá me desquició. La rueda rota y ese rollo. La Calabaza en mi pieza, bajo la ventana, en pleno Ochobre. En fin. Todo benne. Cebá el mate.


Natalia Goncharova

18.8.15

ACÁ.

El tiempo, todo locura.


¿Dónde hemos estado? Sí, ya, podríamos decir Buenos Aires, Madrid, Valparaíso o incluso aquí mismo; pero tú sabes a qué me refiero, ¿Dónde hemos estado?

Siempre que me hago esta pregunta sólo me sale quejarme de cuán rápido pasa el tiempo cuando le da por bailar y entonces rectifico: ¿Cuándo hemos estado? Porque, estar, podemos estar en cualquier pedazo de una tierra, pero si no estamos donde estamos es tiempo perdido, y así uno también pierde el lugar.

No sé si me explico. No sé si recuerdas al viejo Alonzo. Hace tiempo que perdió su Teatro Mágico y, antes incluso de empezar a buscar, las blancas páginas blancas se le quedaron así, límpidas, níveas, inmaculadas, como el mismo cráneo de alabastro que es la cúpula de Estagira.

Tal vez me haya vuelto demasiado demasiado demasiado  y por eso a menudo sueño que me persiguen y me encierro en el ascensor sin saber si la salida estará en el sótano o tal vez debiera huir por la azotea. Si yo no sé volar, me digo, pero los que tratan de atraparme tampoco. Y así me quedo, señalando con un dedo el botón a escoger, mientras mi otro dedo, maldito él, apunta a otro.

En fin, que hoy me senté frente al escritorio, y no supe manejar. 


11.8.15

VALPO


"Yo no he sabido nunca de su historia
un día nací allí, sencillamente"

¡Qué de tiempo, che! Han pasado tantas cosas que parece que fue ayer cuando te escribí por última vez. Cómo cambia la vida en tan poco tiempo. He aprendido en segundos lo que no he aprendido en años. En fin, ya te contaré. La verdad, hoy te escribo porque me acordé de ti. Estoy en el paraíso. O en Valparaíso, que viene a ser básicamente lo mismo. Nunca un nombre de ciudad describirá tan bien a la misma.

Y me acordé de ti porque aquí en Valpo descubrí algo que no sabía: hay ciudades que se parecen a personas. En serio. Créeme cuando te digo que Valparaíso se parece a ti. No solo se parece a ti sino que eres tú hecho ciudad. O tú eres Valparaíso hecho persona. Cómo quieras llamarlo. Es una sensación extrañísima. Cuánto más conozco este lugar, más me asombra lo que se parece a ti.

Sus cerros con sus subidas y sus bajadas, su enorme colorido, sus infinitas vistas al infinito que convierten en eterno un instante. Su esencia a pueblo que no quiere dejar de tener esencia de pueblo, su atmósfera única en la que el arte llega a los cinco sentidos: se oye, se ve, se toca, se huele y se saborea. Y te hace sentir tantas cosas que llegas a pensar que hay algún sentido más que aún no es conocido. Qué manera tan absolutamente maravillosa tiene Valparaíso de encerrar arte.

Su caótico desorden ordenado, su mar sin olor a mar, sus funiculares de otro siglo, sus bares, su mercado, su paila marina. Su gente. El acento “andaluz” de su gente... Todo, amigo, todo. Y en absolutamente todo te vi a ti. Es que eras tú.

Cómo disfruté paseando por Cerro Alegre al anochecer; recorriendo Cerro Concepción y Cerro Miraflores. Subir hasta el infinito a Cerro Florida, allí donde escribía Neruda, y bajar por la calle Ferrari y sentirte en otra realidad. Pocas veces me cansé tan poco después de haber andado tanto.

Valparaíso hay que sentirla. Mejor dicho, hay que andarla para sentirla. Es una ciudad que atrapa. Porque te sientes libre. Una ciudad que conmueve. Porque te pone en paz por dentro. Una ciudad que desgarra. Porque te cura. Es una ciudad que duele. Porque inspira.


Valpo, querido amigo, Valpo es una ciudad que se parece a ti. Porque admira. Cómo tú. Que eres de admirar.




Valparaiso, 22 de julio de 2015

7.2.15

JUAN EN LA NORIA

Camarada Chasc:

     A menudo me he sentido sehnsuchtizado y, no sé qué decir; en esos momentos todo sonaba a alemán y ya sabes que yo de alemán no tengo ni idea. Supongo que toda esa nostalgia por un futuro soñado no es más que la despistada consciencia de un presente mal tejido. No sé si me explico. Si somos hacedores de nuestro propio presente con vistas a un futuro más o menos utópico, sufrimos de sehnsucht cuando, sin saber cómo ni por qué, nos damos cuenta de que no estamos haciendo con nuestra vida lo que nuestro corazón nos dicta. Hace un buen tiempo escribí un pequeño cuento de un tipo llamado Juan:

          Juan hizo una pequeña maleta de viaje dentro de su cabeza, apenas era un hatillo con unas cuantas mudas limpias y tres    pares de calcetines y aquel recuerdo pequeño que no pesaba nada. Abrió la escotilla que está justo en la cocorota (que sólo se puede     abrir desde dentro) y trepó por ella con relativo esfuerzo para coronar   su coronilla con tal impulso, que levitó un buen rato sobre el remolino      para irse a posar de puntillas en la punta del pelo más alto, donde      rebotó como si fuera un trampolín y subió y subió y llegó a donde      todo queda lejos.

          El Grande Juan siguió haciendo lo que de costumbre: compraba      el pan en la panadería, calentaba agua para los espaguetis, bebía      cerveza en la travesía del patín y todos los etcéteras que pueden      ocurrirle a uno un día cualquiera. Pero el Grande Juan se aburría ya   de todo aquello y por eso se le olvidaban las cosas.
          Juan siguió subiendo y subiendo y viendo su vida subir sin vivir     sintió miedo. Agarró las esquinas de su chaqueta para extenderla      como las alas de un murciélago y así se detuvo cerca de la región de    las aurículas y los ventrículos. Sístole: ¿Dónde está ella, la pieza que   encaje con Juan? Diástole: Juan es uno en varios idiomas, además,     seguro que ella está por ahí cerca, en la Tierra.
          El Grande Juan se sienta en el retrete un par de veces al día y    lee las noticias deportivas, algo le hace cosquillas por detrás de las orejas y es que el Grande Juan sabe que debería estar haciendo lo      que le gusta.
          Juan salió disparado en otra dirección y en un parpadeo se      asomó por la pupila. ¡Ay, Grande Juan! —se lamentó— ¡Si es que no      te puedo dejar solo ni un momento!

     Con respecto a tu sentencia de “Porque cumplir sueños no es ningún juego” no puedo evitar disentir. Me inspiro en una interesante definición de juego que dejó Cortázar: “Porque un juego, bien mirado, ¿no es un proceso que parte de una descolocación para llegar a una colocación, a un emplazamiento —gol, jaque mate, piedra libre? ¿No es el cumplimiento de una ceremonia que marcha hacia la fijación final que la corona?”. Básicamente, lo que quiero decir con esto, es que prácticamente cualquier cosa podría ser considerada como un juego, ya sabes, hacer algo con el fin de, o no hacer nada para nada; todo es un juego. Esto es un punto importante en la filosofía del joroschó, ese libro que escribirá Mr. Testa en cuanto le salga una larga barba blanca y arrugas y hongos en torno a sus ojos. Y es que, ya que estamos aquí, procuremos divertirnos, ¿no?

     Ya me conoces, Chasc, a mí me gusta escurrir el bulto. Esta vez, y a modo de despedida, pues hoy me encuentro algo distraído, te dejo dos textos que espero disfrutes. Algo de la sabiduría prestada de Ángel Zapata y Anthony Burgess.

          “la adolescencia es ese prólogo en estado de duermevela que hay que ponerle a la vida adulta, esa incesante adivinación de sí, hambrienta de visiones, de corroboraciones, y de nuevos indicios. Luego se tarda en entender, si alguna vez se entiende, que la vida se escurre como una luz cansada en esta misma sucesión de bocetos y prólogos, en esta miopía de estar poniendo a cada poco ojos de hucha, de estar contorneando con la mirada esa figura intacta de uno mismo que sólo existe a días, a retales, a trozos, de querer ver lo que no puede verse. Porque el adolescente es la verdad insospechada del adulto”.

     “(…) Y sentí un bolche1 agujero dentro de mi ploto2, que me sorprendió incluso a mí. Comprendí lo que estaba sucediendo, oh hermanos míos. Estaba creciendo.     Sí sí sí, eso era. La juventud tiene que pasar, ah, sí. Pero en cierto modo ser joven es como ser un animal. No, no es tanto ser un animal sino uno de esos muñecos malencos3 que venden en las calles, pequeños chelovecos4 de hojalata con un resorte dentro y una llave para darles cuerda fuera, y les das cuerda grrr grrr grrr y ellos itean5 como si caminaran, oh hermanos míos. Pero itean en línea recta y tropiezan contra las cosas bang bang y no pueden evitar hacer lo que hacen. Ser joven es como ser una de esas máquinas”.
1bolche: grande
2ploto: cuerpo
3malenco: pequeño, poco
4cheloveco: individuo
5itear: ir, caminar, ocurrir



5.2.15

SEHNSUCHT

Querido A. Testa (o quién seas cuando me leas):
  
     Perdona la tardanza en la respuesta. Estos días he estado muy desocupado. En primer lugar, quiero aclararte algo. Un pesimista nunca se rehabilita. Siempre está ahí. Sigo vivo sólo que callado. También he de decirte que en realidad soy un nostálgico y la nostalgia se asocia normalmente al pesimismo. Supongo que será por aquello de ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’. Que puede ser verdad, no digo que no, pero una vez leí (y siempre pensé que iba dirigido a mí) que ‘el futuro puede verse negro pero no dejan de ser páginas en blanco’ y al final a uno le convencen de que lo mejor está por venir. Y ya que me hablas del Übermensh de Nietzsche; permíteme mencionarte otro término alemán que una vez encontré buceando por la Red: Sehnsucht. Esto sería, en resumidas cuentas, una nostalgia hacia el futuro (y no hacia al pasado); una búsqueda del corazón del ser humano hacia algo que no sabe que es. Es un término muy interesante que te invito a conocer más a fondo si es que aún no lo conoces.
                
     En cuanto a la cuestión que me planteas respecto a niños y adultos te comento que es una cuestión interesante y compleja de responder que me ha tenido varios días dándole vueltas al coco. Podría tirar de citas para responderte pero sería escurrir el bulto y esto no se trata de eso. Al final, la conclusión que extraje fue que depende de quién cumple los sueños. A un niño, por su falta de independencia respecto a tantas cosas, le cumplen los sueños. No dependen de él que sus anhelos se cumplan o no. Sin embargo, un adulto no. Un adulto cumple sus sueños. Se fija sus objetivos y trabaja (o no) para cumplirlos. En ese momento, en el momento en el cuál tus sueños los cumples tú (aunque sea ayudado por otros) y no los cumplen por ti; en ese momento dejas de ser un niño y te conviertes en adulto. Porque cumplir sueños no es ningún juego.
                
     Respecto a las otras cuestiones; no podría decirte que parte del niño se desvanece ni qué porcentaje debemos mantener. Lo que sí puedo decirte son aquellas particularidades de niños que no podemos perder de adultos. Me refiero, principalmente, a dos aspectos: por un lado, a esas ganas terribles que tienen los niños en buscar el porqué de las cosas que provoca ese asombro continuo en el tiempo; todo es nuevo, todo es increíble. Y, por otro lado, a mantener un poco la irracionalidad en los actos (desde el punto de vista positivo de la irracionalidad). En este último punto, para dejarlo más claro, me remito a Luke Rhinehart cuando escribió que:

“De niños se acepta con la misma facilidad ser buenos o malos, americanos o comunistas. Y sin embargo, a medida que la cultura va moldeándonos, acabamos insistiendo [cuando somos adultos] en desempeñar un solo tipo de papel: o bueno o malo”.
                
     Cambiando ya de tema, te cuento algo muy curioso que me pasó el otro día. Verás, me monté en un autobús urbano y cuando alcé la vista me di cuenta de que no conocía a nadie; de que no había visto a toda esa gente en mi vida. Nunca me había pasado. Me sentí como si estuviera, no sé, en Bagdad. Y aquella extraña sensación me llevo a pensar en la cantidad de vidas y de historias que viajan en un autobús urbano. En serio. Piénsalo por un momento. ¿Cuántas historias van montadas en un autobús (o en cualquier otro transporte colectivo) y cuántas de esas historias estarán interrelacionadas entre ellas tejiendo una complejísima red de historias de vida? Y, tras eso, me puse a pensar también en la cantidad de vidas y de historias que esconden cada una de las luces que se ven en la ciudad cuando el sol ya hace un tiempo que se ha ido. Todas esas ventanas que vemos iluminadas en la noche esconden cosas que seguramente nunca sabremos pero que, y no sé si a ti te pasa, me atrae de una manera casi adictiva; el hecho de contar historias de vida de gente como tú y como yo. Somos tantos, tan diferentes. Es apasionante. ¿No crees?
                
     En fin, te despido dejándote esta pequeña reflexión y esperando que en tu próxima misiva me cuentes también un poco que piensas tú sobre el paso de niño a adulto. Es un tema interesante, cuánto menos. Espero, también, que no te aburra el giro continuo de esta noria que es la vida y que disfrutes de la subida y de la bajada, a partes iguales. Y si, que suene la música. Alguien dijo que “cantad, siempre cantad, porque la muerte es el silencio”.
                                                                             

                        
                     

5 de febrero de 2015, Buenos Aires



28.1.15

DO, RE, MI.


Querido pesimista rehabilitado:

         Los vientos soplan fríos aquí, en pleno centro de la piel del toro, aunque las nubes nos están dando un respiro y el sol invernal calienta los huesos aunque sea por unas pocas horas al día. Es como cuando tiras un cubito de hielo al fuego, que no sabes si es el cubo el que se calienta o el fuego el que se enfría. No sé si me explico.

         La vida cambia. Aquí, allá, por todas partes. Todas las cosas cambian. Últimamente me he sentido ciertamente mal con respecto a este punto, y es que es bien fácil aceptar esto cuando no estás del todo satisfecho con ciertos aspectos de la existencia propia, pero no se ve con los mismos ojos cuando lo que amenaza con cambiar es algo que no puedes permitirte el lujo de perder. Supongo que por eso ya no soy el mismo, aunque esté más cerca. Me temo que he sucumbido a la maldición de los soñadores, que es, de hecho, soñar más que vivir realmente. Al menos he estado haciendo esto durante un buen rato. Y ahora, no sé, tengo los pies como entumecidos por haber perdido el contacto con el suelo tanto tiempo. No diré que me haya recuperado del todo; dejémoslo en que me encuentro convaleciente con expectativas de lo más optimistas.

         En cuanto a la lectura, te recomiendo lo que a todo el mundo: Che, no te pre-ocupes. Cada cual late a su ritmo y debe escuchar esos latidos y saltar al unísono. Hay, por lo menos, más de mil libros por ahí fuera; y pasa de vez en cuando que uno, como puedes ser tú o yo o aquel que se hurga la nariz cuando piensa que nadie le ve, encuentra un libro que le hace tilín en la quijotera (puede ser tilín o cualquier otra onomatopeya, según qué cabeza). A mí, por ejemplo, me pasó con unos cuantos, como pueden ser El poema de los lunáticos de Cavazzoni o Cosmos de Gombrowicz, por decir un par de títulos. El caso es ponerse a buscar y disfrutar de lo que se lee. No ofuscarse. Si un libro te aburre como sólo Proust sabe aburrir, a la mierda. Tira ese libro a la basura o regálaselo a alguien que te caiga mal y a otra cosa, mariposa. Mismamente, tuve la suerte de leer el otro día, en algún punto de la línea 5 (la verde), un fragmento de Cortázar que dice así: “Siempre seré como un niño para tantas cosas, pero uno de esos niños que desde el comienzo llevan consigo al adulto, de manera que cuando el monstruito llega verdaderamente a adulto ocurre que a su vez éste lleva consigo al niño, y nel mezzo del camin se da una coexistencia pocas veces pacífica de por lo menos dos aperturas al mundo. Esto puede entenderse metafóricamente pero apunta en todo caso a un temperamento que no ha renunciado a la visión pueril como precio de la visión adulta, y esa yuxtaposición que hace al poeta y quizá al criminal, y también al cronopio y al humorista se manifiesta en el sentimiento de no estar del todo en cualquiera de las estructuras, de las telas que arma la vida y en las que somos a la vez araña y mosca”. Y es así, más o menos, como me siento ahorita.

         Y ése, precisamente, es el tema que te planteo. ¿Cuándo dejamos de ser niños y nos convertimos en adultos? ¿Qué parte del niño es la que permanece y cuál se desvanece con el eterno eterno tic-tac que todo lo cura pero te acaba matando? Y de paso, ya que somos un bicho-homo-que-piensa-que-sapiens, y que como tal tendemos a buscar patrones en todo y a todo ponerle una cifra por título… ¿Qué porcentaje de niño-adulto sería el ideal para alcanzar un estatus rollo Übermensch a lo Nietzsche? No sé, tú pides preguntas y yo pregunto. Pero tampoco nos volvamos locos. Otra vez.

         En fin, diré que por aquí la cosa va. Bien a veces. Mal otras. Supongo que como todo. Y es que, como ya dije antes, todo cambia; y lo que ahora va bien, mañana irá mal, y lo que ayer era bazofia, pues mira, hoy me parece que pinta cuando menos regulín. Lo que se dice siempre: Ni fu ni fa, pero el sol siempre está cerca si la retícula por la que te mides es tu propio don. Y entonces suena la música y nos ponemos a bailar.
        



28 de enero de 2015, Madrid

PD: La foto es un amanecer típico de invierno un martes cualquiera sobre el Manzanares desde el puente de Perrault (ese con forma de tubo moderno). No se aprecia realmente la boina de polución que gastamos por aquí, pero al menos ese pato que dibuja una v en el agua nos recuerda un poco que, en algún sitio, aún queda naturaleza que respira.

26.1.15

NO SÉ SI ME EXPLICO.



Querido escritor de cabecera:

  Le escribo, como sabe, desde Buenos Aires. Es verano en enero. O sea, es raro. Y el verano, en sí, también. Mezcla días de calor con días de lluvia. Es como si nos hayan fusionado a ti y a mí y nos hayan convertido en clima. No sé si me explico.

  Mi vida por aquí, tranquilamente feliz. Cambiaron algunas cosas pero no son sustanciales por lo que sigo siendo el mismo pero más lejos, con más amigos y con más ganas de seguir viviendo. Aquí o dónde sea. Pero viviendo. En el sentido no literal de la palabra. No sé si me explico.

  Verá, hace mucho tiempo me recomendó que leyera y que escribiera y, como sabe, no le he hecho mucho caso. Leí, sí, pero menos de lo que debo. Escribí, sí, pero mucho menos de lo que debo. Supongo, en realidad, que ya me conoce bastante e intuirá que soy de esos tipos que se pasan más tiempo pensando en qué hacer que haciéndolo. Intento cambiar pero me cuesta. Ya sabe. Xoan Tallón, uno de los escritores que más estoy leyendo últimamente, escribió que “para hacer según qué cosas conviene empezar por acometer otras distintas”. Y esa frase, puedo afirmar, describe mi vida en los últimos, no sé, 24 años. Por decir una cifra. No sé si me explico.

  Le escribo, en realidad, para ver si es capaz de plantearme algún tema del que debatir, reflexionar y filosofar. Ya sabe, esos temas que nos llevan mucho tiempo y son realmente inútiles. Como aquella vez que llegamos a la conclusión de que a los huevos había que llamarlos cocos. No sé si lo recuerda. Y le pido que me plantee algún tema porque creo que así mató dos pájaros de un tiro. Por un lado, me hará escribir asiduamente y, por otro, me hará poner la cabeza en funcionamiento. Si le digo la verdad, hace tiempo que no pienso. Y no me quejo. Pero me aburre. No sé si me explico.

  Espero que le vaya bien por allá donde esté. Estoy seguro de que sí. Si te digo la verdad, en realidad, me alegra saber que cada uno está encontrando su lugar en la vida. Nosotros que tanto hemos malpensado sobre el futuro y ahora míranos viviendo tan bien el presente. Nos faltarán algunas cosas, como a todos, pero ahora disfrutamos más y nos quejamos menos. Y créeme que eso es bueno. O al menos no es malo. No sé si me explico.


  Y en fin, que espero que me conteste a esta carta y, como le dije antes, me plantee un tema sobre el que debatir que me obligue a ponerme a funcionar. Si se da cuenta, se nota la oxidación de mi escritura pues le he escrito seis párrafos sin decir absolutamente nada importante. Siendo positivo, quizás eso también sea un arte. Y ahora que releo toda la carta me doy cuenta que le trato de usted. No me pregunte por qué. Yo tampoco me lo explico.

                                

                               
   
                  
                                26 de enero de 2015, Buenos Aires


PD: La foto es un atardecer veraniego desde Costanera Norte, uno de los sitios donde Buenos Aires deja de ser ciudad y se convierte, un poco, en naturaleza.