hoy maté a un pájaro. se posó en mi ventana con
delicadeza y lo liquidé de un disparo. mato pájaros cuando me salen raíces de
la cabeza y se me enredan en las pestañas; entonces lo veo todo como pasado por
un papel de lija y me da por matar pájaros. mato toda clase de pájaros y no me
importa si me piden por favor que no les haga daño; yo los mato. los mato como
se mata a un pájaro: sin avisar. mato pájaros hasta con las persianas echadas,
incluso mientas devoro un sándwich de pavo. maté un pájaro el mismo día en que
nací, apretándole el pescuezo, y desde entonces es lo que hago: matar pájaros. a
otros les da por el golf, yo mato pájaros. algunas veces, sin embargo, me tomo
unas vacaciones y me cebo con los insectos, pero, en general, me gusta que el
cadáver al menos haya tenido plumas y me aburro rápido de aniquilar hormigas.
lo suyo es matar pájaros. el otro día estaba en la cola del estanco y se me
coló una señora que ni siquiera fumaba! aquel día acabé con diecisiete pájaros,
diecisiete, y ninguno fue paloma. apenas unos días más tarde, esa misma semana,
mi novia me la pegó con un estudiante de turismo (!), y tuve que desfogarme con
todo un cardumen de golondrinas para no acabar destrozando mi propio cráneo
contra el espejo del retrete. y es que yo o mato un pájaro, o más vale que me
disparen en el pecho, por lo que pueda pasar. fíjate si soy matapájaros, que
los huevos del desayuno los tiro a la freidora con la gallina alrededor y todo.
imagínate hasta que punto soy matapájaros, que un día se me olvidó matar un
pájaro y me levanté a la mañana siguiente sin cejas y con las uñas de los pies
todas llenas de pelo. si no mato un pájaro me ahogo, me chafo, me desheredo.
ponme un pájaro y lo reviento. dame un pingüino y lo lanzaré por los aires con
un bate o una palanca. ponme en su lugar un pelícano bien hermoso, y le
embutiré un saco de calcetines por el gaznate para que se le atragante. a los
flamencos les hago un nudo y ese avestruz me lo cargo de un hachazo. halcones,
cuervos, cernícalos y gavilanes: reducidos a cenizas y a olor a napalm por la
mañana. las águilas, los buitres y los milanos, lo mismo, y a las cigüeñas de
un tortazo. guardo un dron del ejército para ese kiwi de las antípodas y, para
el resto de aves de corral, todo un barril de estramonio para mezclar con el
alpiste. el semicanario de po se lo dejo al cinocéfalo, pero me quedo con los
gorriones y las urracas, y, por supuesto, me reservo las lechuzas para cuando
ya no quede nada más. más vale pájaro muerto que cualquier otra cosa. lo único
que me gusta más que matar pájaros, es rematarlos en el suelo. no son tan
elegantes cuando se estrellan formando un cráter y las alas adoptan ángulos
obtusos y sus cráneos se parten contra las rocas y dejan ver entre sus grietas
los palpitantes lóbulos de un cerebro que trata de comprender lo que está
pasando, todo esto entre espasmos y contracciones terribles. entonces llego yo,
y remato al pájaro. y así es como consigo dormir tranquilo por las noches. mata
el cuerpo y adiós cabeza. pues lo mismo pasa con los pájaros. recuerdas aquella
película de hitchcock, de sir alfred joseph, del viejo al? pues me quedé loco
cuando se descubre que anthony perkins es su propia madre, y de ahí me viene la
manía de ducharme sin la cortina dejando el baño completamente anegado. Que te
de juego me dices; pues a mí ponme unos nuggets de pollo.
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