El tiempo, todo locura.
¿Dónde hemos estado? Sí, ya, podríamos decir Buenos Aires,
Madrid, Valparaíso o incluso aquí mismo; pero tú sabes a qué me refiero, ¿Dónde
hemos estado?
Siempre que me hago esta pregunta sólo me sale quejarme de cuán
rápido pasa el tiempo cuando le da por bailar y entonces rectifico: ¿Cuándo
hemos estado? Porque, estar, podemos estar en cualquier pedazo de una tierra,
pero si no estamos donde estamos es
tiempo perdido, y así uno también pierde el lugar.
No sé si me explico. No sé si recuerdas al viejo Alonzo. Hace
tiempo que perdió su Teatro Mágico y, antes incluso de empezar a buscar, las blancas
páginas blancas se le quedaron así, límpidas, níveas, inmaculadas, como el
mismo cráneo de alabastro que es la cúpula de Estagira.
Tal vez me haya vuelto demasiado demasiado demasiado y por eso a menudo sueño que me persiguen y
me encierro en el ascensor sin saber si la salida estará en el sótano o tal vez
debiera huir por la azotea. Si yo no sé volar, me digo, pero los que tratan de
atraparme tampoco. Y así me quedo, señalando con un dedo el botón a escoger,
mientras mi otro dedo, maldito él, apunta a otro.
En fin, que hoy me senté frente al escritorio, y no supe
manejar.