“Me he cruzado con mi camino; me ha
dicho que ya no sabe por dónde llevarme”
—Juan A. Morgado
Fui al bar a emborracharme y me dejé olvidado en
el guardarropa, con chaqueta y todo, en pleno agosto. Amanecí un día siguiente,
eso creo, buscando el retrete. “Nunca se está muerto del todo”, mencionaron mis
calcetines; y yo me quedé tal que así, petriparado, como el que no sabe qué
contestar, mientras palpa las paredes esperando encontrar el interruptor de la luz. “Yo sólo quiero volver a casa por el camino más rápido e indoloro”,
recuerdo haber respondido. Y después fue cuando perdí la mochila y me olvidé de
todo y gorriones en los árboles y golondrinas en los cables, y una cigüeña
muerta junto a la torre de alta tensión que no había matado yo (estaba muerta
de verdad, y en descomposición), y se me cerraron los ojos como al que sueña
que está dormido, todo esto vagando paralelo a los raíles, y me transversé casi
sin querer y caí caí caí al borde de la vereda con las rodillas de cuando era
chico y el cerebelo de otro en la sesera. Pero tú lo sabes, nosotros siempre
fuimos de reírnos del que se cae porque conocemos el sabor del asfalto en las
encías y en los dientes y también el de las aceras.
De todas formas, yo siempre pensé que eso de que
nos caemos para levantarnos es una charada; y que, lo que ocurre en realidad,
es que el vacío practica un desplazamiento de fuga a la periferia —esto es,
para nosotros, hacia arriba— y nos encontramos obstaculizando su libre flujo, liberto
y desfigurado. Después de todo, que sólo haya cuatro puntos cardinales es tan
arbitrario como que haya nada más que dos, como podría sugerirse en Chile, o
que, por ejemplo, tomemos por referencia los diecisiete (diecisiete!) puntos cardinales de la
ya desaparecida y angosta protocultura quenoica, ¿o por qué no las líneas
cardinales, los polígonos, o incluso, ya puestos, los paralelepípedos cardinales?
Pues porque todo se rige por la ley, maldita ley, de la utilidad. Ahora toca,
en definitiva, negar las raíces y polinizarnos desaforadamente; pues cada cual
es particular, como obras de arte cualesquiera (y ya sabemos que una obra de
tal nunca está terminada, que hay que seguir puliendo los detalles, hasta
acabar por destrozarla, entonces sí), y que no hay mayor ambición que ser uno
mismo, y que, por lo tanto, sigo mi camino, el cual, por cierto, por lo pronto
se me antoja no más que un punto. (punto). Y que no creo en utopías que digan
durar más de unos instantes.
¿Adónde irás, pobre loco, con esa garganta
partida y esos labios sin besar? Si no queda ya humo alguno que barra tus
vientos, ni arena que se lleve las olas de tu mar.
Pero nosotros siempre fuimos de conformarnos con
el empate, ¿verdad? Quizá apretar en el añadido, forzar un saque de esquina y,
cuando de verdad importa, sacar al arquero a rematar. Pero no me hables de
resultados porque se me colma de incógnitas el yo-miasma
¿Qué quieres que te diga? Siempre será así. No
hay ningún puzle que armar, ni respuestas a nadadenada. No hagas lo que
quieras, haz lo que sientas. Conocí conocí a un quídam tácito y semicurado que
tenía el superpoder idiota de estornudar en el idioma que se le antojara a
propia voluntad, y me confesó que, después de una temporada manteniendo la paz
en el mundo, se dio cuenta de que lo que de verdad quería ser de mayor, era ser
adulto; y por sus cojones que se sacó el grado superior o la diplomatura o las
oposiciones o lo que fuera que haya que sacarse para ser adulto, y se hizo adulto
con todas las de la ley y con la letra pequeña y todo. A lo que voy es que la
única pieza que hay es uno mismo. Y que no hay más piezas ni cabezas que se
rompen. De hecho, no hay ninguna pieza, y cada cual es como una suerte de
epifenómeno de todo lo que hay alrededor y viceversa, y también dentro, y viceversa,
y viceversa.
De todas formas, me gusta tu reflexión.
Pero hablando de hacerte hijos, ¿el amor se aloja
en el vientre o en el culo?