un
buen inicio es fundamental y, es curioso, porque, sin darme cuenta, ha
oscurecido por la ventana mientras me decidía a comenzar con tal sentencia. llevaba
días deseando sentarme a escribir, pero con el ímpetu de un castor o cualquier
mamífero semejante, eso sí; en invierno. y es que hace tiempo que no sé qué
decir y tampoco encuentro el ánimo para hacer que algo suceda. más que estancado,
yo diría que me encuentro empantanado de la uña al cerebelo y con ganas de nada
y aburrido de esto mismo. hoy, sin embargo, de veras que traté empezar las cosas
bien. me desperté a una buena hora, me masturbé lo más dignamente que pude,
usando sólo una mano y la imaginación, y me serví un café del que sobró de
ayer. subí al estudio del ático dispuesto a arreglar la impresora, a la cual sólo
le faltaba por instalar un cartucho de tinta negra quinientas doce que había
comprado el día anterior en la tienda. me había decidido a imprimir una buena
tirada de mi última obra, tal vez la hayan leído… el caso es que no pudo ser;
porque el jodido cartucho resulta ser incompatible con el aparato. funcionará,
seguro, decía la dependienta, no veo que pueda haber ningún problema por usar un
genérico de doble carga. maldita. y ya el segundo sorbo de café no me supo tan
dulce y, siendo festivo, no podía descambiar el cartucho hasta mañana. & me
llamó en ese momento, preocupada por mí, me veía distante de nuevo. yo le
aseguré que no era nada, que había tenido un mal día y que éste empezaba del
mismo pie. que no encontraba trabajo, que mi futuro era una niebla densa a
cuatro yardas como la de londres del 52. ella me consoló como sólo ella sabe y,
joder, otra vez me olvidé de que la gente a la que quiero también sufre con lo
suyo. decidí romper mi recién inaugurada norma de no fumar hasta pasadas las
cuatro y rulé marihuana y tabaco en una mortalha y fumé durante horas mientras
rasgaba la guitarra. cuando canto se me olvida todo y nada me preocupa. y enseguida
se me embota el cerebro y ya puede girar el planeta que me digas alrededor de la
órbita que prefieras, que a mí me bastará con esta butaca con ruedines y eje
giroscópico para marearme sin tener que salir de mi pieza. cuando estuve
demasiado colocado para entonar, guardé la epiphone en su funda y la dejé en el
rincón. cartografié en un pliego de papel el mapa de una región soñada. dibujé
ríos y meandros, bahías, penínsulas, acantilados y todos los elementos topográficos
que uno puede imaginar, al más mínimo detalle, incluso los charcos. pero al
rato me aburrí, como es costumbre, y ya no tuve más remedio que admitir que no
quedaban más excusas y que, por tanto, debía poner fin a mis evasivas y sentarme
a escribir. encendí un cigarrillo y puse mis manos sobre el teclado. esta es la
misma historia de siempre. quería empezar bien, de una vez por todas, y la
única frase que me rondaba la cabeza era algo así como la lluvia bajo el cielo
de mármol. la descubrió &, una mañana en la que jugamos a traducir frases a
otros idiomas con la máquina para volver a traducirlas a la lengua original y
descubrir nonsenses. ésta era algo de unas canicas, y recuerdo que dije que la
lluvia sobre el cielo de mármol tal vez sonaba un tanto más poética, por
aquello de darle la vuelta a todo. de todas formas, no me atreví a dar comienzo
a un texto con semejante galimatías, y terminé empezando con un manido tópico
sobre la importancia de los inicios. menudo tonto. mecanografiando sandeces con
el estómago vacío para palpar las teclas con el viejo hormigueo en las yemas de
cada dedo. duermo bien, como ya dije, como una suerte de marsupial, el problema
lo tengo despierto. si es que se me ve en la cara, y me lo digo desde el
espejo: ay, pobre diablo, ¿pero qué es lo que has hecho? y ya no sé cuánto
echar el ojo atrás para ver dónde me torcí, o si es verdad eso que dicen y los
buenos comienzos son fundamentales. maldita mi suerte entonces, pues significa
que nací ya sentenciado. aunque también es cierto que yo no creo en gran cosa,
en nada concreto, así que tampoco me preocupa, simplemente mi espíritu hiberna como
las zarigüeyas y entre tanto no soy más que mi propia cáscara con sendos párpados
tras las pupilas. y tanto ansié ser mero pez, que olvidé que ya era un hombre
con todo un acuario por barriga. que me distraje con cercopitecoideos y cucurbitáceas
y cosas por el estilo para olvidar la vieja amapola sola cuyo néctar libaba el
colibrí que aquí vivía y que, en no sé qué día, perdí de vista. ahora me
contento con alegrarme de vez en cuando. todo está bien, ma, sólo estoy
suspirando. procuro que cada primer paso sea certero y es por eso que mi pie
titubea y que borre tanto de lo que escribo. el mundo está ahí para mí y nada
más que tengo que agarrarlo. todo está bien, ma, puedo hacerlo. sólo necesito
estirar un poco las rodillas y hacer crujir esta columna anquilosada. también
he de ir a la farmacia para comprar bastoncillos de los oídos con los que
quitarme este miedo a la vida. la historia del endimión que se soñaba sísifo
mientras selene le acaricia el cuello con ternura sororal. ese rollo. una
espiral en el propio ombligo. pero entonces, sin previo aviso, siento que no
soy ni remotamente parecido a lo que me imagino que se espera de mí, y me da
vértigo y me da vergüenza y me da por bajar la mirada, abrigar las manos en los
bolsillos, guardar el silencio y la distancia, esconderme de lo de fuera, no
tengo nada, ma, con lo que vivir de acuerdo. me quedé dormido el día en que se
puso nombre a todas las cosas y por eso intento improvisar lo que salga, pero
siempre de puntillas por si acaso me equivoco, pero está bien, ma, si no puedo
complacerle. yo no quiero escribir nada importante, de veras, ni busco arrasar
en ventas, ni que me reconozcan por la calle cuando vaya en bicicleta. mi único
deseo es vivir libre y tranquilo, y dedicarme a estas pequeñas cosas, que es lo
poco que sé hacer. si acaso un lontico de queso, para acompañar el pan. pero
está bien, ma, es la vida y sólo la vida.